De Dios y del diablo

por | Ene 21, 2016 | Columnas

En el inicio de su andadura política, el partido de Pabo Iglesias prometía predicar con el ejemplo en aquello de contar con todos. Venía a rellenar un hueco vacío que reclamaba la sociedad, cada vez más indignada con la corrupción y con una clase política que caminaba de espaldas al ciudadano de a pie. Podemos votarlo todo porque Podemos permitir que cualquier ciudadano tenga voz y voto, no sólo en las decisiones sobre el país que se tomen en el futuro, también en las del propio partido. Incluso las que afectasen a su estructura. Sin embargo, al materializarse la idea, se empezaron también a detectar ciertas trampas en el mecanismo que, a poco que no te hubieras convertido ya en un devoto de fe de la cúpula de Podemos, no eran difíciles de detectar. A saber, plazos demasiado cortos para participar en procesos decisivos para el futuro que la cúpula del partido ya tenía más que trillados, cuando no golpes de mando que, por un lado, no dejaban de ser lógicos si Iglesias y sus allegados no querían arriesgarse a perder el poder de su partido. Y eso acabó siendo: «su partido» y menos el de sus simpatizantes.

No hubo grandes pérdidas, sin embargo. Y cuando las hubo, no fueron excesivamente lesivas. Tal vez porque Podemos mantenía el discurso indignado, las promesas de rentas básicas y las amenazas a quién se atreviera a aprovecharse del ciudadano de a pie, aunque estos fueran quienes ostentasen el poder. Pero a medida que se acercó la campaña, Podemos rebajó el discurso. Sus espectaculares promesas ya no eran tan posibles y, si acaso, «ya se vería». Por un momento, y aún hoy, no se discierne si el partido iba o venía. O si hacía un amago para quedarse donde estaba.

Salvo que fueras un devoto de fe, insisto, y a poco que siguieras la actualidad política con los ojos abiertos y atendiendo a los medios de uno y otro perfil, era fácil descubrir a Pablo Iglesias haciendo auténticos ejercicios de equilibrismo -con grandes capacidades para ello, por cierto- para contentar a todos los votantes. «A mí no me gustan los toros, pero nos los quitaría», «los empresarios tienen que pagar más, pero vamos a apoyar a los autónomos», «vamos a aliarnos con los partidos catalanes que quieren a Cataluña fuera de España, pero los seduciré para que se queden»… La sensación era, como digo, que Podemos ansiaba tanto los votos de Dios como reclamaba los del diablo.

Ahora nos encontramos con que Podemos da la espalda a sus propios compañeros de viaje. La falta de capacidad política con las reivindicaciones de partidos con los que ha confluido -al menos hasta que los votos han dejado de ser el objetivo- y la jugarreta que, de paso, le hace a IU -un partido con el que, a la larga, está obligado a entenderse- deja a Podemos en una situación complicada. Parecen dispuestos a pasar por encima de cualquiera, incluso de quienes les han dado la mano, para alcanzar un pellizco más de poder. Afortunadamente para ellos, como ocurre con el resto de partidos políticos en nuestro país, ya cuenta con la ventaja de tener a su disposición una cantidad ingente de devotos de fe dispuestos a aceptar por igual a Dios y al diablo.

SOBRE MÍ

SOBRE MÍ

En casa preferían un médico o un abogado, pero en la ecografía salía un periodista. Supongo que el capítulo más trascendental de mi vida fue en el que aprendí a escribir. Aquello marcó el resto.

Cuando calzaba nueve años ya golpeaba torpemente las teclas de una vieja Olivetti que mi padre conservaba en su despacho y que daría algún órgano interno por recuperar, pues se extravió en algún rincón del mundo. En ella emulaba las historias de Tintín o de Los cinco e imaginaba mis primeras aventuras.

Con los años acabé la carrera de Periodismo y logré vivir de escribir, ya sea relatando los sucesos reales que contábamos a los oyentes en la SER, en columnas de opinión de periódicos y blogs o como redactor creativo en agencias de publicidad.

Mi relato Stari Most fue premiado como finalista del Certamen Entrelibros y he publicado otro libro de relatos llamado Púgiles de tinta que se encuentra en período de reedición de cara al lanzamiento de su segunda edición.

Aquí escribo sin ataduras ni complejos, con la misma ilusión -y a menudo torpeza- que aquel niño de nueve años que aporreaba las ruidosas teclas de aquella vieja y perdida máquina de escribir.

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