Andrés Cardenete

Scrip·tor (n.)

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SOBRE MÍ

En casa preferían un médico o un abogado, pero en la ecografía salía un periodista. Supongo que el capítulo más trascendental de mi vida fue en el que aprendí a escribir. Aquello marcó el resto.

Cuando calzaba nueve años ya golpeaba torpemente las teclas de una vieja Olivetti que mi padre conservaba en su despacho y que daría algún órgano interno por recuperar, pues se extravió en algún rincón del mundo. En ella emulaba las historias de Tintín o de Los cinco e imaginaba mis primeras aventuras. 

Con los años acabé la carrera de Periodismo y logré vivir de escribir, ya sea relatando los sucesos reales que contábamos a los oyentes en la SER, en columnas de opinión de periódicos y blogs o como redactor creativo en agencias de publicidad.

Mi relato Stari Most fue premiado como finalista del Certamen Entrelibros y he publicado otro libro de relatos llamado Púgiles de tinta que se encuentra en período de reedición de cara al lanzamiento de su segunda edición.

Aquí escribo sin ataduras ni complejos, con la misma ilusión -y a menudo torpeza- que aquel niño de nueve años que aporreaba las ruidosas teclas de aquella vieja y perdida máquina de escribir.

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RELATOS »

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CUENTOGRAFÍAS »

Un lunar en bicicleta

Un lunar en bicicleta

Mi psiquiatra -esa voz que me habla por dentro- me dice que para entender la magnitud de un problema hay que alejarse lo suficiente. Yo le digo que no, que sólo cuando ves la mancha de cerca, al microscopio, puedes saber si, además de un lunar, es también un tumor....

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Empercudidos

Empercudidos

«¡Mira cómo te me has puesto!». La madre mira con seriedad al niño y el niño no sabe a dónde mirar. Desde luego, mejor que no mire al futuro. O sí. Cuando el presente te deja empercudido hasta el tuétano y sentado en una unidad de rescate cualquiera, el futuro, por...

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Por su jeta

Por su jeta

He aquí un currículum inmaculado y un misterio por resolver. Es la página dedicada a José Manuel Soria en la publicación que recopila las trayectorias de todos los representantes internacionales del Foro económico mundial Davos 2014. No es posible, me digo, que...

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La soledad de la tragedia

La soledad de la tragedia

El elemento principal de la fotografía podría ser tomado por un menú abandonado, pero en realidad es como un ataúd dentro de un nicho cerrado. La imagen fue rescatada del interior de la zona roja que rodea a la Central Nuclear de Fukushima por el fotógrafo...

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COLUMNAS DE OPNIÓN »

Grandes esperanzas

A Fernando Torres se lo inventó Dickens. Por eso no va a la Eurocopa. Por eso la vida siempre le recuerda que sus botas son demasiado gruesas. Pudo ser un personaje de trama secundaria. A saber, un joven rematadamente guapo pero con un ojo que apunta a Brighton y otro a Cornualles. O un señor que encontraría la elegancia en la vejez si no fuera por la enorme coronilla bajo la que cuelga un pelo grasiento, largo y raído. Pudo ser, también, una señora mayor con muy malas pulgas y sonrisa de bebé. Pero Torres es un personaje principal: el niño futbolista del que puedes pensar que lo tiene todo –un mundial, dos eurocopas, dos copas de Europa de clubes y una bota de oro en un mundial en Brasil–, pero al que ves llorar desconsolado un sábado noche y te das cuenta de que no tiene nada. No es difícil imaginar que Torres, para no olvidarse de quién es, exhiba en la vitrina de su casa junto a esos trofeos un DVD de Casablanca. La ambición de Pip, protagonista de Grandes Esperanzas, era más grande que su destino. Logró con tremendo esfuerzo superarse, pero sorprendió a su madurez al suspirar desconsolado por el amor de su infancia: la chica que le rechazó por sus manos bastas y sus botas demasiado gruesas. Con Fernando Torres la opinión pública restó importancia a sus méritos. Su gol en la final de la Eurocopa del 2008 pesó siempre menos que un disparo errático en la línea de meta. Torres y sus gruesas botas, le decían. Aún joven, “El Niño” cerró su primera etapa de rojiblanco porque el equipo –su equipo– se le quedó pequeño. Logró engrandecer su palmarés con otras camisetas, pero cada vez que levantó una copa, se asomaba la bandera colchonera anudada a su muñeca. Fue su manera de decirnos que, cuando dormía, en lo que realmente soñaba no era en ganar una Champions -eso lo hace cualquiera-, era ganarla con su Atleti. Si a Torres le preguntas cuál es su personaje favorito de Dickens es probable que conteste que Humphrey Bogart en Casablanca. El nueve del Atleti lo ha tenido...

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Capitanes de biblioteca

No se imaginan las aventuras que pueden ocurrir en mi estantería. Philip Pirrip, erguido sobre sus toscas botas, nos hacía reír al recordar el curioso incidente ocurrido cuando su cuñado y amigo Joe Gargery intentó aparentar modales de alta alcurnia mientras era delatado, una y otra vez, por un sombrero que parecía tener vida propia entre sus manos. Era tan graciosa su manera de contarlo y los aspavientos que utilizaba que hasta el experimentado capitán Marlow, que había conocido el horror durante su reciente travesía por África, no pudo evitar la carcajada. A excepción de Haddock –él es de otra cuerda–, los capitanes que conozco suelen ser así,  bastante serios y poco propicios a la sonrisa. Diego Alatriste y Tenorio, por ejemplo, no puede esbozar más que media. Un día de estos tengo que volver a quedar con él. El caso es que allí estaba Pip, contándonos el pasaje de Joe y su sombrero, cuando nos asaltó la voz de Long John Silver en plena discusión con Sandokán por el amor de Ana Karenina. Alonso Quijano quiso interceder pero, como quiera que a menudo se le va la olla, confundió al capitán Flint con un dragón, se lanzó hacia el pájaro con su lanza y el guirigay que se armó fue tremendo. Jean Valjean logró establecer un cierto orden, pero los nervios no se apaciguaron del todo hasta que Sherlock, en el habitual y excesivo alarde de sus cualidades, reveló que aquella chica no era Karenina, sino su asesina Milady de Winter que se hacía pasar por aquella.  Al comisario Montalbano nunca le gustó la ortodoxia del Doctor Watson así que, tras leer las notas de éste, requirió la opinión del camaleónico Dantés para descubrir si tras esos ojos azules había realmente una homicida disfrazada. Me hubiera encantado saber cómo acabó aquella historia, pero las ensoñaciones provocadas por un trozo de magdalena empapado en té me transportaron a otro lugar. En cualquier caso, lo más sorprendente es que esta improvisada aventura ocurriera en los casi 24 centímetros que mide una de...

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De Dios y del diablo

En el inicio de su andadura política, el partido de Pabo Iglesias prometía predicar con el ejemplo en aquello de contar con todos. Venía a rellenar un hueco vacío que reclamaba la sociedad, cada vez más indignada con la corrupción y con una clase política que caminaba de espaldas al ciudadano de a pie. Podemos votarlo todo porque Podemos permitir que cualquier ciudadano tenga voz y voto, no sólo en las decisiones sobre el país que se tomen en el futuro, también en las del propio partido. Incluso las que afectasen a su estructura. Sin embargo, al materializarse la idea, se empezaron también a detectar ciertas trampas en el mecanismo que, a poco que no te hubieras convertido ya en un devoto de fe de la cúpula de Podemos, no eran difíciles de detectar. A saber, plazos demasiado cortos para participar en procesos decisivos para el futuro que la cúpula del partido ya tenía más que trillados, cuando no golpes de mando que, por un lado, no dejaban de ser lógicos si Iglesias y sus allegados no querían arriesgarse a perder el poder de su partido. Y eso acabó siendo: "su partido" y menos el de sus simpatizantes. No hubo grandes pérdidas, sin embargo. Y cuando las hubo, no fueron excesivamente lesivas. Tal vez porque Podemos mantenía el discurso indignado, las promesas de rentas básicas y las amenazas a quién se atreviera a aprovecharse del ciudadano de a pie, aunque estos fueran quienes ostentasen el poder. Pero a medida que se acercó la campaña, Podemos rebajó el discurso. Sus espectaculares promesas ya no eran tan posibles y, si acaso, "ya se vería". Por un momento, y aún hoy, no se discierne si el partido iba o venía. O si hacía un amago para quedarse donde estaba. Salvo que fueras un devoto de fe, insisto, y a poco que siguieras la actualidad política con los ojos abiertos y atendiendo a los medios de uno y otro perfil, era fácil descubrir a Pablo Iglesias haciendo auténticos ejercicios de equilibrismo -con grandes capacidades para ello, por cierto- para contentar a...

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El Kijote en 140 caracteres

Hace unos días leí una cadena de tuiteos que al principio me pareció curiosa, pero que tiempo después me hizo reflexionar. Un joven que tenía que acabar un trabajo para el colegio preguntaba en Twitter si alguien podría contarle la moraleja de El Quijote. Reproduzco la conversación a continuación sin ningún tipo de corrección ortográfica: Tuitera 1: Me podeis decir la moraleja del kijote para un trabajo?? XD Tuitero 2: En resumen es un abuelo que se vuelve loco y se va con su caballo Tuitera 1: Seguro?? Te lo has leido?? es q es larguillo XDDD Tuitero 2: Nadie se lee ese libro que es muy largo pero de lo que va lo sabe cualquiera Tuitera 1: Si lo lees acabas loker como el kijote XDDD Tuitero 2: Yo creo que te puedes morir antes de acabarlo 😉 Tuitera 1: XDDD. Y aquí entra un nuevo tuitero en escena. Tuitero 3: Eso es de lo que va pero esa no es la moraleja Tuitera 1: Y de q va la moraleja??? Tuitero 3: De que pelees por tus sueños Tuitera 1: Q bonito!!! Gracias!!! Tuitera 1: Y tantas paginas para eso? Tuitero 2: Puffff Tuitero 3: Haber, la historia es mas larga. Pero en general dice eso Tuitera 1: (Enlaza a un vídeo de un minuto sobre salir de la zona de confort para conseguir tus metas vitales) Tuitera 1: Y sin estar media vida leyendo un toston de kijote XDDDDD Tuitero 2: Entonces el Qijote va de un viejo que se vuelve loco y se va con su caballo a pelear por sus sueños? Tuitero 3: mas o menos XD Hasta ahí, normal. Incluso quienes hemos sabido apreciar, en su justo momento, la grandeza de la novela de Cervantes, la miramos por primera vez con recelo cuando el profesor nos obligó a leerla en el colegio. Lo realmente extraordinario pasó en el último tuit. Lúcido, cargado de sentido y como un golpe en la cabeza: Tuitero 2: si youtube estubiera antes Cervantes hubiera hecho un video en lugar de un libro. Aunque fuera de 3 mins XD Pues eso. En casa preferían un médico o un abogado, pero en la ecografía salía un periodista. Supongo que el capítulo más trascendental...

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Somos nuestras palabras

Nuestro vocabulario nos define. Criogenizar es una palabra de nuevo cuño que aún no ha registrado la RAE, pero lo tendrá que hacer. En el diccionario ya estaba criogenia, que tampoco es muy antigua. Leo en las noticias que hay una empresa que ha solicitado permiso para construir el primer cementerio criogénico donde almacenar cuerpos congelados. Es curioso como nuestras palabras pueden definirnos como sociedad, pues que hayamos creado una palabra como criogenizar o un concepto como cementerio criogénico significa que tenemos miedo de irnos para siempre, incluso después de muertos. Aunque la ciencia nos advierta de que al congelarnos el hielo rompe nuestras células y ya no existe vía posible hacia una futura resurrección, preferimos estar congelados en la eternidad, con estalactitas en la nariz y cara de pasar mucho frío, antes que desaparecer en un horno crematorio o, peor aún, en la digestión de un gusano. Lo paradójico de todo esto es que nosotros nos iremos, pero la que ya no se va a morir nunca es criogenizar, pues las palabras nunca mueren. Algunas veces pasan un tiempo en la nevera, congeladas, pero siempre vuelven. Sus células resisten mejor al frío, digo yo. Por poner unos ejemplos de palabras derrotadas por el desuso, diré que estoy seguro de que, cuando menos lo esperemos, volveremos a usar fiambreras para llevar al guateque la comida que compramos en la tienda de ultramarinos y lo pasaremos fetén con nuestros amigos. Leo también en la noticia que hay quién pide que lo criogenicen vivo y concluyo que es una estupidez pues, si el hielo destruye las células, es algo así como un suicidio. O peor aún, como matarse en el intento de no morirse nunca. Nos hemos vuelto idiotas. Sólo si fuéramos palabras, pienso, tendría sentido criogenizarse. Llamo la atención de mi tía, que está viendo la tele en el salón, y le pregunto si cuando se muera quiere que la criogenicemos o qué. Ella quiere saber si eso cuesta más que incinerarse y le contesto que supongo que sí, que...

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Sangre de contrabando

Se llama David y calza 20 años. Tras el cariñoso estrechón de manos, parece tímido y callado cuando me lo presentan. Le percibo cercano, amable y sonriente, con ademanes de buen chico, pasados los minutos. Se expresa con la debida naturalidad, pero sin aspavientos. Parece recién duchado. En su físico asoman ciertos rasgos anglosajones: su pelo rojo y su piel repleta de pecas, jirones de la historia que se han ido colando en el ADN de tantos gaditanos. David vive en La Línea de la Concepción, en el entrañable barrio pesquero de La Atunara. Ni estudia ni ‘trabaja’. No es un nini. Es contrabandista de tabaco en el rincón olvidado de España. El mejor local del peñón Para ir de La Línea a Gibraltar sólo hay que atravesar una calle que se llama aduana. El hecho de que sea más fácil entrar que salir ya es un síntoma. Para pasar a tierras británicas sólo tengo que insinuar mi DNI al Policía Nacional que está a este lado y al ’Bobby’ que me saluda desde el otro, en el interior de una cabina, justo antes de salir de la frontera. Podría haber llevado la documentación de mi madre y no encontrar obstáculos. Entre la aduana y las calles gibraltareñas está el aeropuerto, pero lo primero que veo es una fila de personas que hacen cola para ser atendidos en un pequeño quiosco que ocupa una posición privilegiada. Antes que el aeropuerto. Antes que la primera cafetería. Antes, incluso, que la primera parada de autobús y el primer semáforo. Si vas a pie, es el último lugar por el que estás obligado a pasar antes de usar otro medio de transporte con el que cruzar el aeropuerto. Su cartel no deja lugar a dudas: Smoke Kiosk. Quiosco de tabaco. Hoy un cartón de Nobel cuesta en cualquier estanco español más de cuarenta euros. Acabo de comprar dos por lo que vale uno al otro lado de la aduana. En el centro de Gibraltar se pueden encontrar hasta cincuenta céntimos más baratos. La diferencia está en los impuestos, que dejan la...

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SOBRE MÍ

En casa preferían un médico o un abogado, pero en la ecografía salía un periodista. Supongo que el capítulo más trascendental de mi vida fue en el que aprendí a escribir. Aquello marcó el resto.

Cuando calzaba nueve años ya golpeaba torpemente las teclas de una vieja Olivetti que mi padre conservaba en su despacho y que daría algún órgano interno por recuperar, pues se extravió en algún rincón del mundo. En ella emulaba las historias de Tintín o de Los cinco e imaginaba mis primeras aventuras. 

Con los años acabé la carrera de Periodismo y logré vivir de escribir, ya sea relatando los sucesos reales que contábamos a los oyentes en la SER, en columnas de opinión de periódicos y blogs o como redactor creativo en agencias de publicidad.

Mi relato Stari Most fue premiado como finalista del Certamen Entrelibros y he publicado otro libro de relatos llamado Púgiles de tinta que se encuentra en período de reedición de cara al lanzamiento de su segunda edición.

Aquí escribo sin ataduras ni complejos, con la misma ilusión -y a menudo torpeza- que aquel niño de nueve años que aporreaba las ruidosas teclas de aquella vieja y perdida máquina de escribir.

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