De esta imagen sacamos dos conclusiones. La primera es que si bien es verdad aquello de que la vida es el alimento de la muerte, no es menos verdad que también ocurre al contrario.

Miren si no –con cuidado y respeto– a través del cristal del nicho mortuorio y descubran el rico ecosistema que nace en lo más sombrío del destino de la existencia. El frondoso verdor indica que allí se realiza cada día la fotosíntesis. Ahí dentro se expira cada mañana oxígeno y se inspira dióxido de carbono; y justo al contrario conforme va cayendo la tarde. Habrá microorganismos e insectos que nazcan y se alimenten, reproduzcan y, al cabo, mueran en el micro hábitat del nicho 282. El lugar encierra en su interior, nunca mejor dicho, una enorme poesía; un canto a la vida nacida de la muerte que empuja al cristal para intentar salir a la calle.

Uno podría pensar que el día que quiten el pequeño candado de la izquierda se producirá una explosión de existencia tal que invadirá el camposanto en cuestión de horas. El mundo entero, quizá. Quien dijo aquello de que cuando la humanidad se extinga, la vida en los reinos vegetal y animal florecerá de tal manera que llenará cada rincón del mundo en pocos años, tuvo que haberlo dicho frente a este nicho. O tal vez dentro. Quién sabe.

«Miren si no –con cuidado y respeto– a través del cristal del nicho mortuorio y descubran el rico ecosistema que nace en lo más sombrío del destino de la existencia.»

La segunda conclusión que sacamos de la fotografía es que nunca nos vamos del todo. Al menos, no inmediatamente. Dejamos a los que nos lloran dos cosas: recuerdos y deudas. Nadie nos ayudará a conservar los primeros, pero las segundas nos perseguirán hasta la tumba. Aquí, por ejemplo, vemos hasta seis pegatinas sobre el cristal en las que se lee “nichos vencidos”. Es decir, los familiares del finado hace tiempo que dejaron de pagar el alquiler de su última morada. No sabemos si a alguien le quedará algún recuerdo del que yace, pero sabemos que la deuda sí.

Es muy descriptivo que hayamos construido un mundo en el que sea infinitamente más fácil traspasar las deudas que los recuerdos. Vayan si quieren a la oficina de administración del cementerio y pregunten por el inquilino del 282. Probablemente nadie les podrá decir si era buena o mala persona, pero abrirán una libreta y les detallarán la suma total de su deuda. No faltará un céntimo. Ahí la moraleja. Porque todo lo demás se perdió, ya saben, como las lágrimas que derramas en mitad del aguacero.