Grandes esperanzas

por | Jul 1, 2016 | Columnas

A Fernando Torres se lo inventó Dickens. Por eso no va a la Eurocopa. Por eso la vida siempre le recuerda que sus botas son demasiado gruesas. Pudo ser un personaje de trama secundaria. A saber, un joven rematadamente guapo pero con un ojo que apunta a Brighton y otro a Cornualles. O un señor que encontraría la elegancia en la vejez si no fuera por la enorme coronilla bajo la que cuelga un pelo grasiento, largo y raído. Pudo ser, también, una señora mayor con muy malas pulgas y sonrisa de bebé. Pero Torres es un personaje principal: el niño futbolista del que puedes pensar que lo tiene todo –un mundial, dos eurocopas, dos copas de Europa de clubes y una bota de oro en un mundial en Brasil–, pero al que ves llorar desconsolado un sábado noche y te das cuenta de que no tiene nada. No es difícil imaginar que Torres, para no olvidarse de quién es, exhiba en la vitrina de su casa junto a esos trofeos un DVD de Casablanca.

La ambición de Pip, protagonista de Grandes Esperanzas, era más grande que su destino. Logró con tremendo esfuerzo superarse, pero sorprendió a su madurez al suspirar desconsolado por el amor de su infancia: la chica que le rechazó por sus manos bastas y sus botas demasiado gruesas. Con Fernando Torres la opinión pública restó importancia a sus méritos. Su gol en la final de la Eurocopa del 2008 pesó siempre menos que un disparo errático en la línea de meta. Torres y sus gruesas botas, le decían. Aún joven, “El Niño” cerró su primera etapa de rojiblanco porque el equipo –su equipo– se le quedó pequeño. Logró engrandecer su palmarés con otras camisetas, pero cada vez que levantó una copa, se asomaba la bandera colchonera anudada a su muñeca. Fue su manera de decirnos que, cuando dormía, en lo que realmente soñaba no era en ganar una Champions -eso lo hace cualquiera-, era ganarla con su Atleti. Si a Torres le preguntas cuál es su personaje favorito de Dickens es probable que conteste que Humphrey Bogart en Casablanca.

El nueve del Atleti lo ha tenido casi todo para triunfar. Velocidad, descaro, desborde, remate, entrega, profesionalidad. Ni siquiera le sedujeron los cantos de las sirenas de Victoria’s Secret y decidió casarse con Idoia, que es su novia desde los 14 años. Si hubiera crecido en la cantera del Madrid, tras una discreta temporada en una liga menor como la portuguesa, aún tendría la suerte de que le convocasen para jugar con la selección en mérito a un indefendible halo de maestro zen. Cuestión de clases: a esos futbolistas se los inventa Paulo Coelho. La biografía de Torres futbolista empieza en la cantera del Atleti, que es como llamarse David Copperfield y vivir sabiendo que las comadronas te pronosticaron una existencia de sufrimiento por venir al mundo un viernes a medianoche. Con esos antecedentes no le quedó otra que irse a casa a ver la Eurocopa por la tele. De modo que usted puede estar viendo un partido de la selección española en su salón, girarse a la derecha y encontrarse sentado en su sofá, allí, junto a usted, al mismísimo Fernando Torres. Podría pasarle. Yo guardo siempre una cerveza de más en la nevera. Por si acaso. Con Dickens nunca se sabe.

SOBRE MÍ

SOBRE MÍ

En casa preferían un médico o un abogado, pero en la ecografía salía un periodista. Supongo que el capítulo más trascendental de mi vida fue en el que aprendí a escribir. Aquello marcó el resto.

Cuando calzaba nueve años ya golpeaba torpemente las teclas de una vieja Olivetti que mi padre conservaba en su despacho y que daría algún órgano interno por recuperar, pues se extravió en algún rincón del mundo. En ella emulaba las historias de Tintín o de Los cinco e imaginaba mis primeras aventuras.

Con los años acabé la carrera de Periodismo y logré vivir de escribir, ya sea relatando los sucesos reales que contábamos a los oyentes en la SER, en columnas de opinión de periódicos y blogs o como redactor creativo en agencias de publicidad.

Mi relato Stari Most fue premiado como finalista del Certamen Entrelibros y he publicado otro libro de relatos llamado Púgiles de tinta que se encuentra en período de reedición de cara al lanzamiento de su segunda edición.

Aquí escribo sin ataduras ni complejos, con la misma ilusión -y a menudo torpeza- que aquel niño de nueve años que aporreaba las ruidosas teclas de aquella vieja y perdida máquina de escribir.

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